Los hombres de hoy están pagando por los pecados sexistas de sus padres
Pilita Clark
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Pilita Clark
Hace poco estaba en una conferencia de negocios en Berlín, cuando escuché a una mujer que trabajaba en una gran empresa decir algo tan sorprendente que al principio pensé que estaba bromeando.
Angela Todisco, una directora de Recursos Humanos en SAP, el gigante alemán de software, estaba dando una charla sobre el futuro del trabajo cuando, despreocupadamente, mencionó una política que su empresa había comenzado a implementar para colocar a más mujeres en puestos gerenciales.
Cuando se necesita contratar un nuevo administrador, tiene que haber por lo menos una mujer en el panel de entrevistadores e idealmente una en la lista final de candidatos, dijo ella, “y si no se escoge a ninguna mujer, la decisión tiene que ser justificada”. Si el panel escoge a un hombre, tiene que dar una “breve razón” a los ejecutivos de alto rango, quienes pueden pedirles a los entrevistadores que hagan un mayor esfuerzo, a menos que esté claro que no se puede encontrar a una mujer.
La miré boquiabierta. Las reglas contra paneles de entrevistadores o listas de finalistas exclusivamente masculinos no son nuevas, pero ésta era la primera vez que me topé con el requisito de justificar formalmente la selección de un hombre. “¿Les molesta a los hombres?”, le pregunté más tarde. “Oh sí”, dijo alegremente. “Se quedan muy molestos y dicen que es parcialidad. Pero les decimos, ‘¡Las mujeres han enfrentado miles de años de parcialidad!”
Al oír esto, sentí una extraña mezcla de admiración e inquietud. Siempre es impresionante ver que una empresa haga más que recitar las viejas banalidades sobre intentar que el lugar de trabajo sea más igualitario. Los años de programas de tutoría, metas y entrenamiento de diversidad podrían haber sido bien intencionados, pero el progreso ha sido patético. La proporción de mujeres en cargos administrativos de alto rango en todo el mundo subió sólo un miserable punto porcentual en esta década hasta 2017, de 24% a 25%, según el nuevo Instituto Global para el Liderazgo de las Mujeres del King’s College, en Londres.
La situación no es mejor cuando se trata de ministros de gobierno y otros puestos influyentes, dice la directora del instituto, la exPrimera Ministra australiana Julie Gillard. En el sector tecnológico, las mujeres incluso están retrocediendo algunos lugares. Hace tres años, los expertos calcularon que tomaría hasta 2133 antes de que las mujeres pudieran obtener el mismo sueldo y las mismas posibilidades de trabajo en el mundo. El año pasado revisaron la fecha... a 2234.
Así que no siento lástima por los hombres de SAP, que ocupan tres cuartos de los cargos administrativos en un personal global de 94 mil, un tercio de los cuales son mujeres. Si una organización toma en serio el proceso de agilización de la igualdad, pedirles a los ejecutivos que justifiquen la contratación de más hombres a alto nivel tiene sentido. Sin embargo, al mismo tiempo no puedo evitar pensar cómo debe sentirse ser un hombre cuyas posibilidades de ascenso parecen estar disminuyendo, especialmente los que no recibieron una educación privada ni nacieron en familias ricas. Independiente de sus antecedentes, muchos de los hombres que encuentro en mi trabajo actualmente no se parecen en nada a los patanes necios de algunas de las oficinas donde comencé a trabajar hace unas décadas.
Hoy es imposible imaginar que los hombres se nieguen abiertamente a obedecer a una jefa o que hagan proposiciones estilo Weinstein cuando se les antoje. Actualmente, algunos abogan por más mujeres en puestos altos en el trabajo. Se mudan a un nuevo país para seguir a sus esposas. Se toman licencias por nuevas guaguas o dejan buenos trabajos para cuidar a padres débiles.
No estoy diciendo que esto sea normal. Pero sí creo que ahora muchos hombres son más agradables, más justos y, como demuestra la experiencia de SAP, más propicios a pagar por los pecados de sus padres sexistas. Y tampoco han pasado por lo peor.
El lamentable paso del progreso hacia la igualdad económica ha estimulado una creciente realización de que se necesita una reformulación más profunda del lugar de trabajo. Demasiadas oficinas siguen siendo diseñadas para hombres con esposas en casa. Las horas son largas y rígidas. El trabajo a tiempo parcial es mal visto. El cuidado de niños es inexistente. Eso está comenzando a cambiar. Hace poco, PwC reveló que había sido inundado por más de dos mil solicitudes para un nuevo esquema que permite que algunos empleados trabajen las horas que quieran.
Sospecho que entre más se haga para hacer más fácil la vida de las mujeres que trabajan, mejor será para todo el mundo, hombres y mujeres. Hasta entonces, me gusta pensar que las únicas personas que realmente deberían preocuparse por el impulso hacia la igualdad de género son los hombres tontos.
Durante mucho tiempo han sido los grandes beneficiarios de la parcialidad. Si unos pocos pierden oportunidades en el futuro, creo que es algo que será fácil de justificar.